Evangelio Hoy

Dedicación de la basílica de Letrán, fiestapurificacion

Evangelio según San Juan 2,13-22.

Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén
y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas.
Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas
y dijo a los vendedores de palomas: “Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio”.
Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá.
Entonces los judíos le preguntaron: “¿Qué signo nos das para obrar así?”.
Jesús les respondió: “Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar”.
Los judíos le dijeron: “Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?”.
Pero él se refería al templo de su cuerpo.
Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.

Reflexionemos

San Bernardo (1091-1153), monje cisterciense y doctor de la Iglesia
Sermón 5 para la Dedicación

Fiesta de la dedicación de una iglesia, fiesta del Pueblo de Dios

Hermanos, celebramos hoy una gran fiesta. Es la fiesta de la casa del Señor, del templo de Dios, de la ciudad del Rey eterno, de la Esposa de Cristo… Preguntémonos ahora qué puede ser la casa de Dios, su templo, su ciudad, su Esposa. Lo digo con temor y respeto: somos nosotros. Sí, nosotros somos todo esto en el corazón de Dios. Lo somos por su gracia, no por nuestros méritos… La humilde confesión de nuestras dificultades excita su compasión. Esta compasión es lo único que hace a Dios socorrer nuestra necesidad, como un rico padre de familia, y nos hace encontrar pan en abundancia junto a él. Somos su casa donde nunca falta el alimento de vida…

“Sed santos, dice, porque yo, vuestro Señor, soy santo” (Lv 11,45). Y el apóstol Pablo nos dice: “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?”  ¿Será suficiente la santidad? Según el testimonio del apóstol también la paz es necesaria: “Procurad la paz con todos y la santidad sin la cual nadie verá a Dios” (Heb 12,14). Esta paz es la que nos hace vivir juntos, unidos como hermanos, y edifica para nuestro Rey, una ciudad enteramente nueva llamada Jerusalén que significa: visión de paz…

Dios mismo, en fin, es quien nos dice: “Yo seré tu Esposo, en fidelidad, y te desposaré conmigo en juicio y en justicia (mía, no la tuya) “me he desposado contigo en ternura y misericordia” (Os 2,22.21) ¿No se ha portado él como un esposo? ¿No os ha amado y se ha mostrado celoso como un esposo? Entonces ¿cómo podéis dejar de consideraros su Esposa? Por tanto, hermanos, sabemos por experiencia que somos la casa del Padre de familia por el alimento tan abundante que tenemos, el templo de Dios por nuestra santificación, la ciudad del Rey supremo para nuestra comunión de vida, la esposa del Esposo inmortal por el amor. Creo, pues, que puedo afirmar sin miedo: esta fiesta es realmente nuestra fiesta.

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