Santoral

beati_luigi_beltrame_quattrocchi_e_maria_corsini_c09 de Noviembre
Beato Luis Beltrame Quattrocchi, padre de familia

 

En Roma, beato Luis Beltrame Quattrocchi, el cual, padre de familia, tanto en los asuntos públicos como en la vida familiar, siguió los preceptos de Cristo y los proclamó con fidelidad y entereza de vida.

 

Aunque quedan inscriptos en el Martirologio, como es práctica, cada uno en su fecha de «nacimiento a la vida eterna» correspondiente, verdaderamente la beatificación de Luis y y su viuda María fue ocasión -al igual que con los padres de Santa Teresa de Lisieux, los beatos Beatos Celia Guérin y Luis Martin-, para que SS Juan Pablo II no sólo exaltara las virtudes del matrimonio cristiano, sino que además mostrara que en el caso de estos beatos, fue el matrimonio como tal el camino privilegiado de su santificación. No sólo han sido beatificados juntos marido y mujer, sino que deben evocarse juntos.

 

 

 

No podía haber ocasión más feliz y más significativa que ésta [es decir: la beatificación del matrimonio Beltrame-Corsini] para celebrar el vigésimo aniversario de la exhortación apostólica “Familiaris consortio”. Este documento, que sigue siendo de gran actualidad, además de ilustrar el valor del matrimonio y las tareas de la familia, impulsa a un compromiso particular en el camino de santidad al que los esposos están llamados en virtud de la gracia sacramental, que “no se agota en la celebración del sacramento del matrimonio, sino que acompaña a los cónyuges a lo largo de toda su existencia” (Familiaris consortio, 56). La belleza de este camino resplandece en el testimonio de los beatos Luis y María, expresión ejemplar del pueblo italiano, que tanto debe al matrimonio y a la familia fundada en él.

 

 

 

Estos esposos vivieron, a la luz del Evangelio y con gran intensidad humana, el amor conyugal y el servicio a la vida. Cumplieron con plena responsabilidad la tarea de colaborar con Dios en la procreación, entregándose generosamente a sus hijos para educarlos, guiarlos y orientarlos al descubrimiento de su designio de amor. En este terreno espiritual tan fértil surgieron vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, que demuestran cómo el matrimonio y la virginidad, a partir de sus raíces comunes en el amor esponsal del Señor, están íntimamente unidos y se iluminan recíprocamente.

 

 

 

Los beatos esposos, inspirándose en la palabra de Dios y en el testimonio de los santos, vivieron una vida ordinaria de modo extraordinario. En medio de las alegrías y las preocupaciones de una familia normal, supieron llevar una existencia extraordinariamente rica en espiritualidad. En el centro, la Eucaristía diaria, a la que se añadían la devoción filial a la Virgen María, invocada con el rosario que rezaban todos los días por la tarde, y la referencia a sabios consejeros espirituales. Así supieron acompañar a sus hijos en el discernimiento vocacional, entrenándolos para valorarlo todo “de tejas para arriba”, como simpáticamente solían decir.

 

 

 

La riqueza de fe y amor de los esposos Luis y María Beltrame Quattrocchi es una demostración viva de lo que el concilio Vaticano II afirmó acerca de la llamada de todos los fieles a la santidad, especificando que los cónyuges persiguen este objetivo “propriam viam sequentes”, “siguiendo su propio camino” (Lumen gentium, 41). Esta precisa indicación del Concilio se realiza plenamente hoy con la primera beatificación de una pareja de esposos: practicaron la fidelidad al Evangelio y el heroísmo de las virtudes a partir de su vivencia como esposos y padres.

 

 

 

En su vida, como en la de tantos otros matrimonios que cumplen cada día sus obligaciones de padres, se puede contemplar la manifestación sacramental del amor de Cristo a la Iglesia. En efecto, los esposos, “cumpliendo en virtud de este sacramento especial su deber matrimonial y familiar, imbuidos del espíritu de Cristo, con el que toda su vida está impregnada por la fe, la esperanza y la caridad, se acercan cada vez más a su propia perfección y a su santificación mutua y, por tanto, a la glorificación de Dios en común” (Gaudium et spes, 48).

 

 

 

Queridas familias, hoy tenemos una singular confirmación de que el camino de santidad recorrido juntos, como matrimonio, es posible, hermoso y extraordinariamente fecundo, y es fundamental para el bien de la familia, de la Iglesia y de la sociedad.

 

 

 

Esto impulsa a invocar al Señor, para que sean cada vez más numerosos los matrimonios capaces de reflejar, con la santidad de su vida, el “misterio grande” del amor conyugal, que tiene su origen en la creación y se realiza en la unión de Cristo con la Iglesia (cf. Ef 5, 22-33).

 

 

 

fuente: Vaticano

 

 

 

…………………………………………….

 

Luigi nació en Catania, Italia, el 12 de enero de 1880. Al ser acogido por un tío paterno que no tenía descendencia, de acuerdo con los padres del beato, éste tomó de él su apellido Quattrocchi sin dejar de mantener un vínculo con sus padres, Carlo y Francesca. En 1890 se trasladó a Roma por motivos profesionales de su tío. Y en 1898 se matriculó en derecho en la Sapienza. Mientras estudiaba, en 1901 conoció a María, hija del coronel Corsini y, por tanto, perteneciente a una familia acomodada. Residía en Roma desde 1893. Había mostrado fuerte carácter y ciertas desavenencias con sus padres propias de la adolescencia, y en ese momento estudiaba empresas y contabilidad, aunque al mismo tiempo se sentía atraída por la literatura y el arte. Fue autora de un trabajo sobre el pintor Rossetti.
La diferencia de edad entre Luigi y María no era excesiva, puesto que ella había nacido en Florencia el 24 de junio de 1884. Ambos compartían similares intereses artísticos y culturales. De hecho, les vinculó inicialmente el afán literario. Pero María añadía un plus: su compromiso espiritual. Era una mujer culta, amante de la música, que se convertiría a partir de 1912 en escritora y profesora experta en temas pedagógicos. Ya estaba vinculada a la Acción Católica y colaboraba con los scouts. Luigi tenía entonces un horizonte prometedor que se materializó enseguida dadas sus excelentes cualidades personales e intelectuales. Defendió la tesis doctoral en 1902 y después se convertiría en un reputado abogado del Estado.
La pareja no tuvo dudas de la fortaleza de sus sentimientos porque, también amparados por la amistad que vinculaba a las familias de ambos, intensificaron la correspondencia, solidificando un sentimiento profundo que fue desembocando en la clamorosa necesidad de compartir un mismo proyecto de vida. Se comprometieron en marzo de 1905 y el 25 de noviembre de ese año contrajeron matrimonio en la basílica de Santa María la Mayor. En lo concerniente a la fe, Luígi era creyente y su conducta personal y profesional era la de un hombre con principios, intachable, honesto y bondadoso, pero no iba mucho más allá en la práctica religiosa. Sin embargo, el vínculo matrimonial le condujo a una mayor entrega en el amor a Dios, alentado por el ejemplo de su esposa y con la ayuda de su director espiritual, en una progresión exponencial encomiable que iba a llevarle a los altares junto a ella.
Su residencia, la misma de su familia política, los Corsini, sita en Vía Depretis, le permitía acudir a misa diariamente junto a su esposa a Santa María la Mayor; así abrían su apretada agenda cotidiana. En lo demás, aparentemente se asemejaban a una familia normal dentro de su clase que le permitía acceder a círculos sociales selectos vedados para otros. Pero el escenario en el que transcurría su feliz existencia lo llenaba Dios. En el centro de sus vidas se hallaba la Eucaristía, el amor a la Virgen, la recitación del rosario, el rezo de otras oraciones, etc., además de retiros y la formación espiritual que se procuraban. Todo ello vivido en un clima de fe y de alegría, sin estridencias, de forma sencilla y natural, y eso lo percibieron sus hijos y sus familiares antes que nadie. Cuando en un hogar rezuma la felicidad, un gesto tan simple como introducir la llave en la cerradura comporta un indescriptible gozo porque se ansía volver a reunirse con los seres más queridos; es uno de los sentimientos que narraba María poniendo de manifiesto la riqueza de su convivencia.
A los hijos les enseñaron a afrontar las dificultades del día a día con la confianza en la Providencia, buscando la perspectiva divina con su oración:«desde el techo hacia arriba» era el consejo que dieron a todos. El ejercicio de su caridad alentó su vida, y tres de ellos fueron religiosos; uno sacerdote en la diócesis de Roma, otro trapense, y una hija benedictina. El último de los hijos, una niña, sembró la zozobra en sus vidas antes de nacer. Varios médicos no auguraron nada bueno para la madre y la hija. María fue informada del altísimo peligro que corría si determinaba seguir adelante con el embarazo y le sugirieron deshacerse del bebé para conservar su propia vida. Ni Luigi ni ella vacilaron en la decisión de continuar con el embarazo, aventando el riesgo, y todo se resolvió sin contratiempos.
La oración que impregnaba su hogar se hizo palpable también en el entorno exterior con sus amigos y en la cantidad de acciones que realizaron. Porque los esposos desplegaron su apostolado social en diversas vertientes, atendiendo a los pobres, involucrándose en actividades del grupo scouts que organizaron para los niños durante la posguerra, aunque anteriormente habían abierto las puertas de su domicilio a refugiados de la guerra, en acciones catequéticas y su decidido compromiso con la Acción Católica. Luigi realizaba su acción apostólica con compañeros y amigos en su casa llevando a muchos de ellos a la fe. Con uno de éstos en 1919 fundó un oratorio festivo para los chicos de la favela. Cuando estalló el fascismo tuvo que esconderse para salvar la vida. Después fue nombrado asesor general adjunto del estado italiano. Murió el 9 de noviembre de 1951 de un infarto de miocardio. María, que en 1917 se hizo terciaria franciscana, le sobrevivió hasta el 26 de agosto de 1965, dejando atrás una admirable labor apostólica.

Leave a comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *