Evangelio Hoy

Jueves de la séptima semana de Pascua DiosPadre-DiosHijo

Evangelio según San Juan 17,20-26.

Jesús levantó los ojos al cielo y oró diciendo:
“Padre santo, no ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí.
Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.
Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno -yo en ellos y tú en mí- para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que yo los amé cómo tú me amaste.
Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo.
Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te conocí, y ellos reconocieron que tú me enviaste.
Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos”.

Reflexionemos

Isaac de Stella (¿-c. 1171), monje cisterciense
Sermón 42, para la Ascensión

«Para que el amor que me tenías esté en ellos, como yo también estoy en ellos»

Así como la cabeza y el cuerpo de un hombre no hacen más que un solo y único hombre, el hijo de la Virgen y sus miembros, los elegidos, no hacen más que un solo y único hombre y un solo Hijo del hombre. Es el Cristo total y completo, Cabeza y cuerpo, de quien habla la Escritura. Sí, todos los miembros unidos forman un solo cuerpo que, con su Cabeza, constituye el único Hijo del hombre el cual, con el Hijo de Dios, constituye el único Hijo de Dios, de la misma manera que con Dios, él constituye un sólo Dios. Así el cuerpo entero, con su Cabeza, es Hijo del hombre e Hijo de Dios y, por consiguiente, Dios. He ahí la razón de estas palabras: «Padre, quiero que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros». Por eso, conforme a esta afirmación frecuente en la Escritura, el cuerpo no es sin la Cabeza, ni la Cabeza sin el cuerpo, igual que la Cabeza y el cuerpo no existen sin Dios. Así es el Cristo total…

Por eso los creyentes, miembros espirituales de Cristo, pueden todos decir, en verdad, que ellos son eso que es él mismo, es a saber, Hijo de Dios, y Dios. Ahora bien, eso que él es por naturaleza, ellos lo son como miembros asociados; eso que él es en plenitud, ellos lo son por participación. En pocas palabras, si él es Hijo de Dios por su origen, sus miembros lo son… por adopción, según la palabra del apóstol Pablo: «Habéis recibido un Espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba!, Padre» (Rm 8,15). Con este Espíritu «les ha dado poder llegar a ser hijos de Dios» (Jn 1,12), a fin de que siguiendo la enseñanza «del primer nacido de entre muchos hermanos» (Rm, 8,29) aprendan a decir: «Padre nuestro que estás en los cielos» (Mt 6,9).

 

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