Décimo octavo Domingo del tiempo ordinario
Evangelio según San Juan 6,24-35.
Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo llegaste?”.
Jesús les respondió: “Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse.
Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello”.
Ellos le preguntaron: “¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?”.
Jesús les respondió: “La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado”.
Y volvieron a preguntarle: “¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas?
Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo”.
Jesús respondió: “Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo;
porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo”.
Ellos le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan”.
Jesús les respondió: “Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed.
«Danos siempre de ese pan»
El pan del alma es Cristo, «el pan vivo bajado del cielo» (Jn 6,51) que alimenta a los suyos, ahora a través de la fe, y por la visión en el mundo futuro. Porque Cristo habita en ti por la fe, y la fe en Cristo es Cristo en tu corazón (Ef 3,17). Posees a Cristo en la medida que tú crees en él. Y en verdad Cristo es un solo pan, «porque no hay más que un solo Señor, una sola fe» (Ef 4,5) para todos los creyentes aunque del mismo don de la fe unos reciban más y otros menos… Así como la verdad es una, así también una sola fe en la verdad es la única guía y alimento para los creyentes, y «el mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como a él le parece» (1C 12,11). Así pues, vivimos todos del mismo pan y cada uno recibe su parte; y sin embargo Cristo está todo entero para todos, excepto para los que rompen la unidad… En el don que yo recibo poseo a Cristo entero y Cristo me posee todo entero, igual que el miembro que pertenece al cuerpo entero posee, a cambio, al cuerpo entero. Esta porción de fe que tú has recibido compartiéndola con los demás es como el trozo pequeño de pan que tienes en tu boca. Pero si tú no meditas de manera frecuente y piadosa eso que crees, si no lo masticas, esto es, triturándolo y pasándolo de nuevo por los dientes, es decir, por los sentidos de tu espíritu, no pasará de tu garganta, es decir, no llegará hasta tu inteligencia. Pues, en efecto, ¿cómo podrás comprender bien lo que raramente y con negligencia meditas, sobre todo tratándose de una cosa tenue e invisible?… Que por la meditación, pues, «la Ley del Señor esté siempre en tu boca» (Ex, 3,9) a fin de que en ti nazca la buena inteligencia de estas cosas. A través de la buena comprensión el alimento espiritual llega hasta tu corazón, para que aprecies lo que has comprendido y lo recojas con amor.
Guigo el Cartujo (¿-1188)
prior de la Gran Cartuja