Evangelio Hoy

Martes de la Octava de Pascua

Evangelio según San Juan 20,11-18. 

María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro 
y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. 
Ellos le dijeron: “Mujer, ¿por qué lloras?”. María respondió: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto”. 
Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció. 
Jesús le preguntó: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?”. Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: “Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo”. 
Jesús le dijo: “¡María!”. Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: “¡Raboní!”, es decir “¡Maestro!”. 
Jesús le dijo: “No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: ‘Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes'”. 
María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que él le había dicho esas palabras. 

Reflexiones

San Gregorio Magno (c. 540-604), papa y doctor de la Iglesia
Homilía 25 sobre el Evangelio (Trad. ©Evangelizo.org)

« ¿Por qué lloras?»

María, en llantos, se asoma y mira en la tumba. Sin embargo, ya había visto que estaba vacía, y ya había anunciado la desaparición del Señor. ¿Por qué se asoma de nuevo?, ¿por qué desea ver otra vez? Porque al amor no le basta una sola mirada; el amor es siempre una ardiente búsqueda. Ya lo buscó, pero fue en vano; se obstina y termina por descubrirlo…En el Cantar de los Cantares, la Iglesia decía del mismo Esposo: « En mi lecho, por las noches, he buscado al que mi corazón ama. Lo busqué y no lo hallé. Me levantaré, pues, y recorreré la ciudad. Por las calles y las plazas buscaré al amado de mi corazón.» (Ct 3:1-2) Dos veces, expresa su decepción: « ¡Lo busqué y no lo hallé! » Pero el éxito llega finalmente a premiar al esfuerzo: «Los centinelas me encontraron, los que hacen la ronda en la ciudad: ¿Han visto al amor de mi corazón? Apenas los había dejado cuando encontré al amado de mi corazón.» (Ct 3:3-4)

Y nosotros, ¿cuándo es que, en nuestro lecho, buscamos al Amado? Durante los breves reposos de esta vida, cuando suspiramos en la ausencia de nuestro Redentor. Lo buscamos por la noche,  aún si nuestro espíritu vela ya por él, nuestros ojos no ven más que su sombra. Pero ya que no encontramos al Amado, levantémonos; recorramos la ciudad, es decir la santa asamblea de los elegidos. Busquémoslo de todo corazón; miremos en las calles y en las plazas, es decir en los pasajes empinados de la vida o en sus anchas vías; abramos los ojos, busquemos allí los pasos de nuestro Amado…Ese deseo permitía decir a David: «Mi alma tiene sed del Dios de vida. ¿Cuándo iré a contemplar el rostro de Dios? sin cesar, busquen su rostro.» (Sal 42:3)

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