Evangelio Hoy

Domingo de la segunda semana de Cuaresma

Evangelio según San Marcos 9,2-10. 

Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. 
Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. 
Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. 
Pedro dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. 
Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor. 
Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: “Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo”. 
De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos. 
Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. 
Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría “resucitar de entre los muertos”.

Reflexionemos

San Jerónimo (347-420), sacerdote, traductor de la Biblia, doctor de la Iglesia
«Homilías sobre el Evangelio según San Marcos» (Trad. ©Evangelizo.org)

«El Cristo anunciado por la Ley y los profetas, único Salvador del género humano»

«Y Pedro respondió a Jesús: Rabbí, está bien que nos quedemos aquí. ». Cuando leo las Escrituras y que comprendo espiritualmente alguna enseñanza sublime, yo tampoco quiero bajar de allí, no quiero bajar a las realidades más humildes: deseo hacer una tienda en mi corazón para Cristo, la Ley y los profetas. Pero Jesús que vino a salvar lo que estaba perdido, que no vino para salvar a los que son santos pero a los que se portan mal, sabe que, si se queda en la montaña, si no vuelve a descender  sobre la tierra, el género humano no será salvado.

« Al momento miraron en derredor y ya no vieron a nadie ». Cuando leo el Evangelio y que veo testimonios de la Ley y de los profetas, es solamente a Cristo que considero: vi a Moisés, y a los profetas, pero sólo para comprender que hablaban de Cristo. Cuando al fin llego al esplendor de Cristo y que percibo de alguna manera la luz resplandeciente del sol brillante, no puedo ver la luz de una linterna. ¿Si se enciende una linterna en pleno día, puede ésta alumbrar? Si el sol brilla, la luz de una linterna es invisible: de este modo, si ante la  presencia de Cristo, comparamos la Ley y los profetas, éstos son totalmente invisibles. No estoy criticando la Ley y los profetas, antes bien, los venero porque anuncian a Cristo; pero leo la Ley y los profetas sin querer encerrarme en la Ley y los profetas, afín de conseguir, a través de la Ley y los profetas, a Cristo. A Él, con el Padre y el Espíritu Santo, gloria y majestad por los siglos de los siglos. Amén


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