Evangelio Hoy

Quinto Domingo del tiempo ordinario

Evangelio según San Marcos 1,29-39. 

Jesús salió de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. 
La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato. 
El se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos. 
Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados, 
y la ciudad entera se reunió delante de la puerta. 
Jesús curó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; pero a estos no los dejaba hablar, porque sabían quién era él. 
Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando. 
Simón salió a buscarlo con sus compañeros, 
y cuando lo encontraron, le dijeron: “Todos te andan buscando”. 
El les respondió: “Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido”. 
Y fue predicando en las sinagogas de toda la Galilea y expulsando demonios. 

Reflexionemos

San Bernardo (1091-1153), monje cisterciense y doctor de la Iglesia
Sermón 1 para el Adviento, 7-8

“Jesús la tomó de la mano y ella se levantó.” (Mt 8,14)

¡Qué gran condescendencia de Dios que nos busca y que dignidad del hombre así buscado!…¿Qué es el hombre para que le hagas caso, para poner tu atención sobre él? (Jb 7,17) Querría saber por qué Dios ha querido venir hasta nosotros y por qué no hemos ido nosotros hacia él, ya que somos nosotros los interesados en el asunto. No es costumbre de los ricos ir hacia los pobres incluso cuando tienen intención de hacerles algún bien. Nos tocaba a nosotros ir hacia Jesús. Pero un doble obstáculo nos lo impedía: nuestros ojos eran ciegos y él habita en una luz inaccesible. Nos encontrábamos postrados paralizados en nuestra camilla, incapacitados de llegar hasta la majestad de Dios. Por esto, Nuestro Buen Salvador y médico de nuestras almas ha bajado de su altura y ha escondido ante nuestros ojos enfermos el esplendor de su gloria. Se revistió como de una linterna, quiero decir, del cuerpo purísimo, sin mancha que asumió.

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