Evangelio Hoy

Viernes de la primera semana del tiempo ordinario

Evangelio según San Marcos 2,1-12. 

Jesús volvió a Cafarnaún y se difundió la noticia de que estaba en la casa. 
Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siquiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra. 
Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres. 
Y como no podían acercarlo a él, a causa de la multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico. 
Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te son perdonados”. 
Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior: 
“¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?” 
Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: “¿Qué están pensando? 
¿Qué es más fácil, decir al paralítico: ‘Tus pecados te son perdonados’, o ‘Levántate, toma tu camilla y camina’? 
Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados 
-dijo al paralítico- yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. 
El se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: “Nunca hemos visto nada igual”.

Reflexionemos

San Juan Crisóstomo (c. 345-407), presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilías sueltas: Sobre el paralítico

«Viendo la fe que tenían»

Este paralítico tenía fe en Jesucristo. Lo prueba la manera como fue presentado a Jesucristo: lo bajaron abriendo el techo de la casa… Sabéis bien que los enfermos se encuentran, a menudo, en un estado de abatimiento, a veces tan grande y de tan mal humor, que a menudo los buenos servicios que se les prestan les encierran aún más en su cama… Pero este paralítico está contento que lo hayan sacado de su lecho y hecho objeto de un espectáculo público atravesando plazas y calles en su litera…

Este paralítico no tiene amor propio. La muchedumbre rodea la casa en la que está el Salvador, todos los lugares para entrar están cerrados, la puerta de entrada obstruida… ¡no importa! Lo harán pasar por el techo y él se alegra: ¡el amor es sumamente hábil, la caridad ingeniosa! «El que busca halla; al que llama se le abre la puerta» (Mt 7,8). Este enfermo podía haber dicho a sus amigos que lo llevan: «¿Pero, qué vais a hacer? ¿Por qué tanto trabajo? ¿Por qué tanta prisa? Esperemos a que la casa esté libre, que todos se hayan marchado. Entonces nos podremos presentar a Jesús a quien habrán dejado casi solo…» Pero no; el paralítico no piensa nada semejante; es una gran gloria para él tener tantos testigos de su curación.

 

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