Evangelio Hoy

Martes de la primera semana de Adviento

Evangelio según San Lucas 10,21-24. 

En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: 
“Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. 
Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. 
Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: “¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! 
¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!”. 

Reflexionemos

Beato Guerrico de Igny (c. 1080-1157), abad cisterciense
2º sermón para el Adviento

«Muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis»

¡Ven, Señor, «sálvame y seré salvado»! (Jr 17,14). Ven, «que brille tu rostro y nos salve» (Sl 79,4). Te hemos esperado, «sé nuestra salvación en el tiempo de la tribulación» (Is 33,2). Es con este deseo que los profetas y los justos iban al encuentro de Cristo; con un tal deseo y un tal amor que hubieran querido, a ser posible, ver ya con sus ojos lo que ya veían en su espíritu. Por eso el Señor decía a sus discípulos: «¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y justos quisieron ver lo que vosotros veis y no lo vieron». También Abraham, nuestro padre «exultó de gozo pensando ver el día» de Cristo; «lo vió», aunque en el país de los muertos «y se alegró de ello» (Jn 8, 56).

Ahí tenemos de qué nos enrojecer viendo la tibieza y la dureza de nuestro corazón, si no experimentamos el gozo espiritual el día del aniversario del nacimiento de Cristo que se nos promete ver muy pronto, si Dios quiere. De hecho, parece que la Escritura nos exige que nuestro gozo sea tan grande como nuestro espíritu, elevándose por encima de sí mismo, arda y se lance al encuentro de Cristo que viene, y adelantándose con el deseo, sin retardar, se esfuerce en ver ya ahora al que ha de venir.

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