Evangelio Hoy

Decimonoveno Domingo del tiempo ordinario

Evangelio según San Mateo 14,22-33. 

En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. 
Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. 
La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. 
A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. 
Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. “Es un fantasma”, dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. 
Pero Jesús les dijo: “Tranquilícense, soy yo; no teman”. 
Entonces Pedro le respondió: “Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua”. 
“Ven”, le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. 
Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: “Señor, sálvame”. 
En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”. 
En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. 
Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: “Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios”. 

Reflexionemos

Orígenes (c. 185-253), presbítero y teólogo
Comentario al Evangelio según Mateo, 11,6; PG, 13, 919

«Realmente eres Hijo de Dios»

Cuando habremos aguantado las largas horas de noche oscura que sobrevienen en los momentos de prueba, cuando habremos luchado lo mejor que sabemos…, estemos seguros que hacia el final de la noche cuando «la noche está avanzada, y el día se echa encima» (Rm 13,12), el Hijo de Dios se acercará a nosotros, caminando sobre las olas. Cuando le veremos venir así, nos sobrecogerá una turbación hasta el momento en que comprenderemos claramente que es el Salvador que ha venido entre nosotros. Creyendo ver un fantasma, gritaremos de espanto, pero él nos dirá inmediatamente: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!».

Es posible que estas palabras que nos dan seguridad, harán surgir en nosotros un Pedro en camino hacia la perfección, que bajará de la barca, seguro de haber escapado de la prueba que le sacudía. Al principio, su deseo de salir al encuentro de Jesús le hará caminar sobre las aguas. Pero estando su fe todavía poco segura y dudando de sí mismo, se dará cuenta de la «fuerza del viento», tendrá miedo y empezará a hundirse. Sin embargo, saldrá de este peligro porque lanzará a Jesús este gran grito: «¡Señor, sálvame!». Y apenas este otro Pedro habrá acabado de decir «¡Señor, sálvame!», que el Verbo extenderá la mano para socorrerle, lo agarrará en el momento en que comenzaba a hundirse, reprochándole su poca fe y sus dudas. Fíjate, sin embargo, que no le ha dicho: «Incrédulo» sino «hombre de poca fe» y que está escrito: «¿Por qué has dudado?», es decir: «Es cierto que tenías poca fe, pero te has dejado arrastrar en el sentido contrario». Seguidamente, Jesús y Pedro volverán a subir a la barca, el viento amainará y los pasajeros, comprendiendo de qué peligro han sido salvados, adorarán a Jesús diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios». Estas palabras las dicen tan sólo los discípulos próximos a Jesús en la barca.

 

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