Evangelio Hoy

5o día de la Octava de Navidad

Evangelio según San Lucas 2,22-35.

Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor,
como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor.
También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él
y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.
Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley,
Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:
“Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido,
porque mis ojos han visto la salvación
que preparaste delante de todos los pueblos:
luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel”.
Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él.
Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: “Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción,
y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos”.

Reflexionemos

San Elredo de Rieval (1110-1167), monje cisterciense
In Ypapanti Domini (Sermones inéditos p. 51-52)

«Simeón tomó al niño en sus brazos»

«Simeón vino al templo, movido por el Espíritu Santo.» Y tú, si con sumo interés has buscado a Jesús por todas partes, es decir, si –como la Esposa del Cantar de los Cantares (Ct 3,1-3)- los has buscado sobre el lecho de tu descanso, ahora leyendo, ahora orando, ahora meditando, si lo has buscado también en la ciudad preguntando a tus hermanos, hablando de él, compartiendo sobre él, si tu lo has buscado por las calles y las plazas aprovechándote de las palabras y de los ejemplos de los demás, si lo has buscado junto a los centinelas, es decir, escuchando a aquellos que buscan la perfección, entonces tú vendrás al templo «movido por el Espíritu». Ciertamente, es el mejor lugar para el encuentro del Verbo con el alma: se le busca por todas partes, se le reconoce en el templo… «He encontrado al Amado de mi alma» (Ct 3,4). Busca, pues, por todas partes, búscale en todo, búscale cerca de todos, pasa y sobrepásalo todo para, por fin, llegar al lugar de la tienda, hasta la morada de Dios, y entonces, le encontrarás.

«Simeón vino al templo movido por el Espíritu.» Cuando sus padres llevaron al Niño Jesús, también él le recibió en sus manos: he aquí el amor que gusta por el consentimiento, que se une por el abrazo, que saborea por el afecto. ¡Oh, hermanos, que se calle aquí la lengua… Aquí, nada se desea si no es el silencio: son los secretos del Esposo y la Esposa… el extraño no puede tener parte en ello. «Mi secreto es mío, mi secreto es mío!» Is 24,16 Vlgt) ¿Dónde está, para ti, Esposa, tu secreto, tú la única que ha experimentado la dulzura que se saborea cuando en un beso espiritual, el espíritu creado y el Espíritu increado se encuentra uno frente al otro y se unen el uno con el otro hasta el punto que son dos en uno, o mucho mejor, digo, uno solo: justificante y justificado, santificado y santificante, deificante y deificado?…

Ojalá merezcamos también nosotros decir lo que sigue: «Lo he cogido y no lo soltaré» (Ct 3,4). Eso es lo que ha merecido san Simeón según dice: «Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz.» Ha querido que le deje marchar, liberado de los lazos de la carne, para gozar aún más fuertemente del abrazo de su corazón, Jesucristo nuestro Señor, para quien es la gloria y el honor por los siglos sin fin.

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