Martes de la segunda semana de Adviento
Evangelio según San Mateo 18,12-14.
Jesús dijo a sus discípulos:
“¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y una de ellas se pierde, ¿no deja las noventa y nueve restantes en la montaña, para ir a buscar la que se extravió?
Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se extraviaron.
De la misma manera, el Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños.”
Reflexionemos
Basilio de Seleucia (¿-c. 468), obispo
Homilía 26, sobre el Buen Pastor ; PG 85, 299
“Se alegra por ella, más que por las noventa y nueve que no se extraviaron”
Pero, miremos ahora a nuestro pastor, Cristo. Miremos su amor por los hombres y su ternura para conducirnos a pastos abundantes. Se alegra con las ovejas que están a su alrededor y busca a las que están descarriadas. Ni montañas ni bosques son obstáculo, él baja a los valles tenebrosos (Sal 22,4) para llegar al lugar donde está la oveja perdida… Habiéndola encontrado enferma, no la desprecia, sino que la cuida; tomándola sobre sus hombros, cura con su propio cansancio a la oveja fatigada. Su cansancio lo llena de alegría, porque ha encontrado la oveja perdida, y esto le cura su pena: “¿Quién de vosotros, dice él, si tiene cien ovejas y pierde una, no abandona las otras noventa y nueve en el desierto para irse en busca de la que está perdida, hasta que la encuentre?”
La pérdida de una sola oveja, enturbia la alegría del rebaño reunido, pero la alegría de encontrarla cambia esta tristeza: “cuando la ha encontrado, reúne a sus amigos y vecinos y les dice: Alegraos conmigo, porque he encontrado mi oveja perdida” (Lc 15,6). Por eso Cristo, que es este pastor, dijo: “Yo soy el buen pastor” (Jn 10,11). “Yo busco la oveja perdida, hago volver a la que se ha extraviado, vendo a la que está herida, curo a la que está enferma” (Ez 34,16).