Santoral

11 de Enero

Santa Virginia Centurione

Virginia Centurione, viuda de Bracelli, nació el 2 de abril de 1587 en Génova  (Italia). Fue hija de Jorge Centurione, dux de la República en el bienio  1621-1622, y de Lelia Spínola, ambos descendientes de familias de antigua   nobleza. Bautizada dos días más tarde, recibió la primera formación religiosa y literaria de su madre y de un preceptor doméstico.

Aunque ya desde su adolescencia manifestó inclinación a la vida del   claustro, tuvo que aceptar la decisión de su padre, que quiso que se casara, el 10 de  diciembre de 1602, con Gaspar Grimaldi Bracelli, un joven rico, heredero de una ilustre familia, pero inclinado a una vida desordenada y al vicio del juego. De esa unión nacieron dos niñas: Lelia e Isabel.

La vida conyugal de Virginia duró poco tiempo. Gaspar Bracelli, no obstante el  matrimonio y la paternidad, no abandonó su estilo de vida disipada, hasta el  punto de poner en peligro su propia existencia. Virginia, con silenciosa   paciencia, oración y amable atención, procuró convencer a su marido a  emprender una conducta más morigerada. Desafortunadamente, Gaspar se enfermò,  pero falleció cristianamente el 13 de junio de 1607 en Alessandria, asistido por su esposa, que se había trasladado allí para curarle.

Al quedarse viuda con sólo 20 años, Virginia hizo voto de castidad perpetua,  rechazando las ocasiones de contraer segundas nupcias, tal como se lo propuso su  padre, y vivió retirada en casa de su suegra, aplicándose a la educación y a  la administración de los bienes de sus hijas y dedicándose a la oración y a  la beneficencia.

En 1610 sintió más claramente la vocación especial a «servir a Dios en  sus pobres».Aunque estaba severamente controlada por su padre, y sin descuidar nunca el cuidado de su familia, comenzó a trabajar en favor de los necesitados. Los atendía directamente, distribuyendo en limosnas la mitad de sus propias rentas, o por medio de las instituciones benéficas de aquel tiempo.

Una vez que colocó de forma conveniente a sus hijas en el matrimonio, Virginia  se dedicó por completo al cuidado de los muchachos abandonados, de los ancianos  y de los enfermos, y a la promoción de los marginados.

La guerra entre la República de Génova y el Duque de Saboya, apoyado por  Francia, sembrando el desempleo y el hambre, indujo a Virginia, en el invierno  de 1624-1625, a acoger en casa, primero a unas quince jóvenes abandonadas, y   luego, al aumentar el número de los prófugos en la ciudad, a todos los pobres  que pudo, especialmente mujeres, proveyendo en todo a sus necesidades.

Tras el fallecimiento de su suegra, en el mes de agosto de 1625, no sólo comenzó  a acoger a las jóvenes que llegaban espontáneamente, sino que ella misma  andaba por la ciudad, sobre todo por los barrios de peor fama, en busca de las más  necesitadas y que se hallaban en peligro de corrupción.

Para salir al paso de la creciente miseria, dio origen a las Cien Señoras de  la Misericordia protectoras de los Pobres de Jesucristo, una asociación que,  en unión con la organización local de las «Ocho Señoras de la Misericordia»,  tenía la tarea específica de verificar directamente, a través de las visitas  a domicilio, las necesidades de los pobres, especialmente si se trataba de  pobres de solemnidad.

Al intensificar la iniciativa de la acogida de las jóvenes, sobre todo durante  el tiempo de la peste y de la carestía de 1629-1630, Virginia se vio obligada a  tomar en arriendo el convento vacío de Montecalvario, a donde se trasladó el  14 de abril de 1631 con sus acogidas, a las que puso bajo la protección de  Nuestra Señora del Refugio. Tres años después la Obra contaba ya con tres  casas en las que residían casi 300 acogidas.Por esto Virginia consideró oportuno pedir el reconocimiento oficial al Senado  de la República, que lo concedió el 13 de diciembre de 1635.

Las acogidas de Nuestra Señora del Refugio se convirtieron para la Santa en sus  “hijas” por excelencia, con las que compartía la comida y los vestidos, y a  las instruía con el catecismo y las adiestraba en el trabajo para que se  ganasen el propio sustento.

Proponiéndose dar a la Obra una sede propia, después de haber renunciado a la  adquisición del Montecalvario debido a su precio demasiado elevado, compró dos  casitas contiguas en la colina de Carignano, que, con la construcción de una  nueva ala y de la iglesia dedicada a Nuestra Señora del Refugio, se convirtió  en la casa-madre de la Obra.

El espíritu que animaba a la Institución fundada por Virginia Bracelli estaba  ampliamente presente en la Regla redactada en los años 1644-1650. En ella se  estable que todas las casas constituyen la única Obra de Nuestra Señora del   Refugio, bajo la dirección y administración de los Protectores (laicos noble  designados por el Senado de la República); se reafirma la división entre las  «hijas» con hábito e «hijas» sin hábito; pero todas deben vivir –  aunque no tengan votos – como las monjas más observantes, en obediencia y   pobreza, trabajando y orando; además, deben estar dispuestas a ir a prestar  servicio en los hospitales públicos, como si estuvieran obligadas por medio de  un voto.

Con el tiempo la Obra se desarrollará en dos Congregaciones religiosas: las  Hermanas de Nuestra Señora del Refugio de Monte Calvario y las Hijas de Nuestra  Señora en el Monte Calvario.

Después del nombramiento de los Protectores (el 3 de julio de 1641), que eran  considerados los verdaderos superiores de la Obra, Virginia Bracelli no quiso  inmiscuirse más en el gobierno de la casa: ella estaba sometida a su querer y  seguía sus disposiciones, incluso en la aceptación de cualquier joven   necesitada. Virginia vivía como la última de sus «hijas», dedicada al  servicio de la casa: salía mañana y tardea mendigar para conseguir  el sustento para toda la casa. Se interesaba por todas como una madre,  especialmente por las enfermas, prestándolas los servicios más humildes.

Ya en los años anteriores había comenzado una acción social sanadora,  destinada a curar las raíces del mal y a prevenir las recaídas: a los enfermos  y los inválidos se les había de internar en centros apropiados para ellos; los  hombres útiles debían ser iniciados en el trabajo; las mujeres debían  ejercitarse en los telares y en hacer labores de corte y confección; y los niños  tenían la obligación de ir a la escuela.

Al crecer las actividades y redoblarse los esfuerzos, Virginia vio disminuir a  su alrededor el número de colaboradoras, sobre todo las mujeres burguesas y  aristocráticas, que temían comprometer su reputación al tratar con gente  corrompida y siguiendo a una guía que, aunque fuera noble y santa, aprecia un  tanto temeraria en sus empresas.

Abandonada por las Auxiliares, desautorizada de hecho por los Protectores en el  gobierno de su Obra, y ocupando el último lugar entre las hermanas en la casa  de Carignano, mientras que su salud física se debilitaba rápidamente, Virginia  parecía que encontraba nueva fuerza en la soledad moral.

El 25 de marzo de 1637 consiguió que la República tomara a la Virgen María  como protectora. Suplicó con insistencia ante el Arzobispo de la ciudad la  institución de las Cuarenta Horas, que comenzaron en Génova hacia finales de  1642, y la predicación de las misiones populares (1643). Se interpuso para  allanar las frecuentes y sanguinarias rivalidades que, por motivos fútiles,  surgían entre las familias nobles y los caballeros. En 1647 obtuvo la  reconciliación entre la Curia arzobispal y el Gobierno de la República, en  lucha entre sí por puras cuestiones de prestigio.Sin perder nunca de vista a los más   abandonados, estaba siempre disponible,  independientemente del rango social, para cualquier persona que acudiese a ella  para pedir ayuda.

Enriquecida por el Señor con éxtasis, visiones, locuciones interiores y otros  dones místicos especiales, entregó su espíritu al Señor el 15 de diciembre  de 1651, a la edad de 64 años. El Sumo Pontífice Juan Pablo II la proclamó  Beata, con ocasión de su viaje apostólico a Génova, el 22 de septiembre de  1985.

 

Un amor casto y puro

 

Calladamente:

 

 

 

Más grande que la vida

 

Y que la muerte.

 

Dulce su casa,

 

Y su marido en ella

 

Se contemplaba.

 

 

 

Era su amor de madre

 

Como una rosa:

 

Pétalos de fragancia

 

Y espinas rojas.

 

Y era su seno un arrrullo de lirios

 

Y de silencios.

 

 

 

Olor a roja viña

 

Y  a tierna hogaza:

 

Y  su mano prudente

 

Acariciaba.

 

Sus dedos limpios

 

Iban tejiendo lana

 

Para sus hijos.

 

 

 

Y  Dios desde su cielo

 

Se sonreía,

 

Por la casa frescura

 

De fuente limpia.

 

Amor callado

 

Que vestía al Cordero

 

De rojo y blanco. Amén

 

 

ORACION

Tú, Señor, que concediste a Santa Virginia Centurione Bracelli el don de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos también a nosotros, por intercesión de esta santa, la gracia de que, viviendo fielmente nuestra vocación, tendamos hacia la perfección que nos propones en la persona de tu Hijo. Que vive y reina contigo.

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