Evangelio según San Mateo 11,2-11.
Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle:
“¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?”.
Jesús les respondió: “Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven:
los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres.
¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!”.
Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud, diciendo: “¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento?
¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los palacios de los reyes.
¿Qué fueron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta.
El es aquel de quien está escrito: Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino.
Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él.
Reflexionemos
San Cirilo de Alejandría (380-444), obispo y doctor de la Iglesia
Primer diálogo cristológico, 706; SC 97,
“Los ciegos ven…, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva.” (Mt 11,5)
“Aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo…él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Mt 3,11). ¿Es posible que a una humanidad igual que la nuestra es dado poder para bautizar en Espíritu y fuego? ¿Cómo es posible? Y no obstante, hablando de un hombre que todavía no se había presentado, Juan declara que éste bautiza “en Espíritu y fuego”: no como lo haría un siervo cualquiera, insuflando a los bautizados un Espíritu que no es el suyo, sino como alguien que es Dios por naturaleza, que da con su poder soberano lo que es suyo y le pertenece por naturaleza. Gracias a esta verdad se imprime en nosotros el sello divino.
En efecto, En Cristo Jesús somos transformados en imagen de Dios; no en el sentido de que nuestro cuerpo tenga que ser remodelado, sino que recibimos el Espíritu Santo, incorporándonos a Cristo mismo, hasta tal punto que podemos exclamar llenos de alegría: “Mi alma se alegra en el Señor, porque me ha vestido un traje de gala…” (1R 2,1). El apóstol Pablo dice: “Todos los bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo” (Gal 3,27).
¿Hemos sido, pues, bautizados por la fuerza de un hombre? Silencio, tú que no eres más que hombre. ¿Quieres echar por los suelos nuestra esperanza? Hemos sido bautizados por Dios hecho hombre. Él libera de las penas y de las faltas a todos lo que creen en él. “Convertíos, que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo…y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hch 2,38). El libera a los que se acogen a él…hace emerger en nosotros su propia naturaleza… El Espíritu pertenece al Hijo que se hace hombre semejante a nosotros. Porque él es la vida de cuanto existe.