Santoral

09 de Julio

Santos Nicolás Pieck y dieciocho compañeros, mártires

En Brielle, a orillas del río Mosa, en Holanda, pasión de los santos mártires Nicolás Pieck, presbítero, y de sus diez compañeros religiosos de la Orden de los Hermanos Menores y ocho del clero diocesano o regular, todos los cuales, por defender la presencia real de Cristo en la Eucaristía y la autoridad de la Iglesia Romana, fueron sometidos por los calvinistas a toda clase de escarnios y tormentos, concluyendo al fin su combate al ser ahorcados. Son sus nombres: santos Jerónimo de Werta, Teodorico van der Eem, Nicasio de Heeze, Willechadus de Dania, Godefrido de Merguele Coart, Antonio de Hoornaert, Antonio de Werta y Francisco de Rauga, presbíteros de la Orden de Hermanos Menores, y Pedro de Asco van der Slagmolen y Cornelio de Dorestado, religiosos de la misma Orden; Juan Lenaerts, canónigo regular de San Agustín; Juan Coloniense, presbítero de la Orden de Predicadores; Adriano d’Hilvarenbeek, Santiago Lacops, presbítero de la Orden Premostratense; Leonardo Vechel, Nicolás Poppel, Godefrido van Duynen, Andrés Wouters, presbíteros.

Los calvinistas ahorcaron en Gorkum, cerca de Dordrecht, a diecinueve sacerdotes y religiosos, a causa de su fe. Once de los mártires eran Frailes Menores de la Observancia en el convento franciscano de Gorkum. Entre ellos se contaban san Nicolás Pieck, guardián del convento y san Jerónimo Weerden, su vicario. Junto con ellos fueron ejecutados el anciano Juan Van Oosterwyk, canónigo regular de San Agustín, los sacerdotes diocesanos Leonardo Vechel, Nicolás Janssen y Godofredo Van Füynen ; los premonstratenses Adrián Van Hilvarenbeek y Jacobo Lacops, el último de los cuales había sido muy negligente en la observancia religiosa, a pesar de las amonestaciones de sus superiores y, finalmente, el sacerdote diocesano Andrés Wouters, quien pasó directamente de una vida de pecado a la prisión y al martirio.

 

En junio de 1572, el destacamento calvinista antiespañol conocido con el nombre de «Armada de los piratas» se apoderó de la ciudad de Gorkum. Desde el 26 de junio al 5 de julio, los franciscanos y otros cuatro sacerdotes estuvieron a merced de los soldados, los cuales los trataron con increíble crueldad, en parte por odio al catolicismo y, en parte, por el deseo de que revelasen dónde se hallaban escondidos los vasos sagrados. El 5 de julio, el almirante Lumaye, barón de La Marck, dio orden de que trasladasen a los prisioneros a Briel. En cnanto desembarcaron éstos en el puerto, el 7 de julio, fueron conducidos, medio desnudos, a la plaza central. Los esbirros los colocaron de manera que la comitiva simulase una procesión burlesca y los obligaron a cantar las letanías de la Virgen, cosa que los mártires hicieron con gran gozo. Esta tarde y la mañana siguiente, fueron interrogados por los ministros calvinistas en presencia del almirante. Aunque se les ofreció la libertad a condición de que abjurasen de la doctrina católica de la Eucaristía, ninguno de los mártires cedió. Ese mismo día, el almirante recibió una carta de las autoridades de Gorkum, en la que éstas se quejaban del arresto de los padres, y otra carta del príncipe de Orange, en la que se le ordenaba poner en libertad a los prisioneros. Por otra parte, dos de los hermanos del P. Nicolás Pieck se presentaron a interceder por él. El almirante respondió que pondría en libertad a todos los sacerdotes con tal de que renunciasen a sostener la supremacía pontificia. Los prisioneros se negaron a ello, y los hermanos del P. Pieck no lograron inducir a éste a abjurar de la fe y abandonar a sus hermanos en religión. Poco después de la medianoche, se ordenó a un sacerdote apóstata de Lieja que condujese a los prisioneros a un monasterio abandonado, situado en Ruggen, en las proximidades de Briel.

 

Ahí se los reunió en un granero, donde había dos argollas que podían servir para ahorcarles. Cuando vieron la ejecución del P. Pieck, quien los había exhortado hasta el último instante a perseverar en la fe, flaqueó por un instante el valor de algunos. Pero es de notarse que éstos no fueron los dos sacerdotes que habían llevado una vida escandalosa, lo cual confirma una vez más que es un grave error juzgar al prójimo y creerse capaz de leer en su corazón. Los diecinueve sacerdotes fueron ahorcados: san Jacobo Lacops fue colgado de una escalera, y los demás de las dos argollas arriba mencionadas. san Antonio Van Willehad tenía noventa años de edad. La ejecución fue una verdadera carnicería. Todos los mártires tardaron largo tiempo en morir, y san Nicasio Van Heeze no expiró sino hasta el amanecer. Los verdugos mutilaron los cuerpos, aun antes de que desapareciese todo signo de vida.

 

Como los mártires de Inglaterra y Gales, estos sacerdotes dieron la vida por la fe católica en general y, en particular, por defender la doctrina católica de la Eucaristía y de la supremacía del Romano Pontífice. Los cadáveres fueron ignominiosamente arrojados dentro de dos zanjas. En 1616, durante una tregua de la guerra entre España y las Provincias Unidas, los restos fueron desenterrados y trasladados a la iglesia de los franciscanos en Bruselas. Los diecinueve fueron canonizados por Pío IX el 29 de junio de 1867.

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