“Te pido que mi corazón habite en lo secreto de tu presencia”
En este día me hablas de vivir cara a Dios y no delante de los hombres. Me dices que no debo practicar las obras de piedad delante de los hombres para que me vean, pues si así hago, ya habré alcanzado mi recompensa y el Padre celestial ya no me la dará.
Puede sonar injusto pero en lo más profundo de mi corazón me doy cuenta de que lo que me pides es vivir para Dios, para agradarle, para glorificarle y dejar que Él sea el que me premie porque por Él he vivido, he trabajado y he rezado.
Reconozco que es tan fácil dejarse llevar por el aplauso humano y buscar poco a poco que esta motivación sea la que me sostenga. Pero tú me enseñas que vivir con la mirada puesta en el Padre es ya mi recompensa: estar en su corazón, abrirme a Él y vivir escondido en Él. Y también me enseñas que esta actitud es la mejor preparación para el cielo porque aquí en la tierra, en cada oración, en cada acción me voy desprendiendo de esta tierra para ganar pedacitos de cielo.
Me invitas a un cambio. Me dices que cuando dé limosna no lo anuncie; que cuando haga oración, no sea como los hipócritas; y que cuando ayune, no ponga cara triste. Y lo que me pides es que cuando dé limosna no sepa mi mano izquierda lo que hace la derecha, es decir, que esta acción quede en secreto para que tú seas mi riqueza y no las alabanzas de los hombres.
Y me pides que cuando vaya a orar, entre en mi cuarto, cierre la puerta y ore al Padre, que está allí en lo secreto, y Él, que ve lo secreto, me escuchará y me recompensará. Porque la oración no surte efecto por ser visto por los hombres sino en ser visto y escuchado por mi Padre, por nuestro Padre.
Y me pides finalmente que cuando ayune, me perfume la cabeza, me lave la cara, para que nadie sepa que estoy ayunando; y para que mi Padre que ve en lo secreto me recompense. Y cuánto reconocimiento Jesús busco en la caridad que brota de mi corazón. A veces me hago el mártir, me quejo, hablo demasiado de mí mismo y ésta es la recompensa que me queda: el desahogo de quien busca ser reconocido y quedar satisfecho más que hacer silencio y agradar a Dios a través del hermano.
Siento que esta invitación al cambio es un vivir para el Padre y sólo para Él. Actuar con los ojos puestos en el cielo y no en la tierra. Te pido que mi corazón habite en lo secreto de tu presencia y amor pues allí vive el Padre y no en el ruido, la fama y la alabanza de los hombres.
Y esto que me pides, es para mí ser limpio de corazón y pobre de espíritu. Es aplicar las bienaventuranzas para que desde lo alto del monte pueda ser siempre libre para escogerte a ti y así servir a mis hermanos, con esa libertad que da el tenerte en lo secreto de mi corazón.
Meditar: Mt 6, 1-6; 16-18
Propósito: Hacer un acto de caridad en secreto y ofrecérselo a Dios.