Evangelio Hoy

Segundo Domingo de Adviento
Evangelio según San Lucas 3,1-6.

El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Felipe tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene,
bajo el pontificado de Anás y Caifás, Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto.
Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados,
como está escrito en el libro del profeta Isaías: Una voz grita en desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos.
Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas serán aplanadas. Serán enderezados los senderos sinuosos y nivelados los caminos desparejos.
Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios.

Reflexionemos

Beato Guerrico de Igny (c. 1080-1157)

abad cistercienseCuarto sermón sobre el Adviento, SC 166, p. 135

“Se alegrarán el desierto y el yermo, la estepa se regocijará y florecerá” (Is 35,1)

“Una voz grita: Preparad en el desierto un camino al Señor” (Is 40,3) Hermanos, nos conviene, ante todo, meditar sobre la gracia de la soledad, sobre el bienaventurado desierto que, desde los inicios de la salvación ha sido consagrado como remanso de paz para los santos. Realmente, el desierto ha sido santificado para nosotros por la voz del profeta, por la voz de aquel que gritaba en el desierto, que allí predicaba y bautizaba con un bautismo de penitencia. Antes que él, ya los grandes profetas habían tomada la soledad por su amiga que consideraban como colaboradora del Espíritu Santo 5Cf 1R 17,2s; 19,3s). Con todo, el desierto contiene una gracia incomparablemente mayor desde el momento en que Jesús se dirigió hacia él y sucedió a Juan en este lugar. (cf Mt 4,1) Se fue al desierto para consagrar una vida nueva en este lugar, renovado por su presencia… no tanto para él mismo como para aquellos que, después de él, habitarían en el desierto. Entonces, si tú te has establecido en el desierto, quédate allí, espera allí al que te salvará de la pusilanimidad de espíritu y de la tempestad… El Señor que sació a aquel gentío que le seguía al desierto, te salvará a ti que le has seguido, con mayores prodigios aún. Y cuando te parecerá que él te ha abandonado para siempre, vendrá a consolarte diciendo: “Recuerdo tu amor de juventud, tu cariño de joven esposa, cuando me seguías por el desierto…”(Jr 2,2) El Señor hará de tu desierto un paraíso de deleites y tú proclamarás, con el profeta, que “le han dado la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón” (Is 35,2)… Entonces, de tu alma, colmada de felicidad, brotará un himno de alabanza: “Que den gracias al Señor por su amor, por las maravillas que hace con los hombres! Porque sació a los sedientos, y colmó de bienes a los hambrientos.” (Sl 106,8-9)

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