Jueves de la undécima semana del tiempo ordinario
Evangelio según San Mateo 6,7-15.
Jesús dijo a sus discípulos:
Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados.
No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan.
Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre,
que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido.
No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal.
Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes.
Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.
Reflexionemos
San Juan María Vianney (1786-1859), presbítero, cura de Ars
El Espíritu del Cura de Ars en sus Catecismos, Sermones y sus Conversaciones (Trad. ©Evangelizo.org)
«Sean perfectos como mi Padre es perfecto»
«Padre Nuestro que estas en el cielo»: esto sí que es bello, hijos míos, ¡tener un Padre en el cielo!- «Venga a nosotros tu reino». Si hago reinar al Buen Dios en mi corazón, Él me hará reinar junto a Él en su Gloria.-«Hágase tu voluntad». No hay nada más dulce y perfecto que hacer la Voluntad de Dios. Para hacer bien las cosas, hay que hacerlas como Dios quiere, en conformidad con sus Designios. «Danos hoy nuestro pan de cada día». Dentro de nosotros tenemos dos partes, el alma y el cuerpo. Pedimos a Dios de alimentar nuestro pobre cuerpo, y Él nos responde haciendo producir a la tierra todo lo necesario para nuestro sustento. Pero también le pedimos que alimente nuestra alma, que es la parte más bella de nosotros mismos; la tierra es muy pequeña para proveer a nuestra alma lo necesario para llenarla: ella tiene hambre de Dios, sólo Dios puede llenarla. El Buen Dios no creyó hacer de más al morar sobre la tierra y al tomar un cuerpo, para que ese Cuerpo fuese el alimento de nuestras almas. Cuando el sacerdote presenta la ostia y se las muestra, su alma puede decir: ¡he aquí mi Comida! Oh mis niños, ¡tenemos demasiada felicidad! ¡No lo comprenderemos sino solamente en el cielo