Evangelio Hoy

Miércoles de la segunda semana de Pascua

Evangelio según San Juan 3,16-21. 

Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. 
Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.» 
El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. 
En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. 
Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. 
En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios. 

Reflexionemos

Santiago de Saroug (c. 449-521), monje y obispo sirio
Hexamerón: Homilías para el primero y segundo día

“Dios separó la luz de las tinieblas” (Gn 1,4)

Mientras los ángeles, en su asombro, no se atrevían a preguntar nada, se oyó la voz de Dios: “¡Que exista la luz!” (Gn 1,3). Y separó la luz de las tinieblas… Esto fue el domingo, el primero de los días, el primer nacido entre sus hermanos, el día cargado de misterios y de símbolos. Dios había creado dos mellizos que no se parecían en nada: la noche enteramente oscura, y el día lleno de claridad. La noche era  la mayor, pero el día alejó a la noche y ocupo su sitio.

Este primer día, este fundamento de la creación, no transcurrió hora tras hora; la luz no salió al Oriente para apagarse en Occidente… No sufrió ningún cambio, pero fue, según está escrito: “Y la luz existió”. Es así que nació un día, formado de noche y de luz; se sucedieron la noche y la mañana… Entonces Dios retiró al primer día y llamó al segundo. Colocó las noches y las mañanas sobre sus goznes para que pudiera rodar la gran puerta, la cual cada día se abre y se cierra.

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