Evangelio Hoy

Lunes de la vigésima novena semana del tiempo ordinario

Evangelio según San Lucas 12,13-21. 

En aquel tiempo: 
Uno de la multitud le dijo: “Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”. 
Jesús le respondió: “Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?”. 
Después les dijo: “Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas”. 
Les dijo entonces una parábola: “Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, 
y se preguntaba a sí mismo: ‘¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha’. 
Después pensó: ‘Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, 
y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida’. 
Pero Dios le dijo: ‘Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?’. 
Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios”. 

Reflexionemos

Concilio Vaticano II
Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual « Gaudium et spes », § 88-90 (trad. cf breviario 31 mar.)

¿Acumular para uno mismo o ser rico de cara a Dios?

Los cristianos cooperen gustosamente y de corazón en la edificación del orden internacional con la observancia auténtica de las legítimas libertades y la amistosa fraternidad con todos, tanto más cuanto que la mayor parte de la humanidad sufre todavía tan grandes necesidades, que con razón puede decirse que es el propio Cristo quien en los pobres levanta su voz para despertar la caridad de sus discípulos. Que no sirva de escándalo a la humanidad el que algunos países, generalmente los que tienen una población cristiana sensiblemente mayoritaria, disfrutan de la opulencia, mientras otros se ven privados de lo necesario para la vida y viven atormentados por el hambre, las enfermedades y toda clase de miserias. El espíritu de pobreza y de caridad son gloria y testimonio de la Iglesia de Cristo. Merecen, pues, alabanza y ayuda aquellos cristianos, en especial jóvenes, que se ofrecen voluntariamente para auxiliar a los demás hombres y pueblos…

Es éste el motivo de la absolutamente necesaria presencia de la Iglesia en la comunidad de los pueblos para fomentar e incrementar la cooperación de todos, y ello tanto por sus instituciones públicas como por la plena y sincera colaboración de los cristianos, inspirada pura y exclusivamente por el deseo de servir a todos. En esta materia préstese especial cuidado a la formación de la juventud tanto en la educación religiosa como en la civil…

Es de desear, finalmente, que los católicos, para ejercer como es debido su función en la comunidad internacional, procuren cooperar activa y positivamente con los hermanos separados que juntamente con ellos practican la caridad evangélica, y también con todos los hombres que tienen sed de auténtica paz.

 

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