Evangelio Hoy

Lunes de la decimoquinta semana del tiempo ordinario

Evangelio según San Mateo 10,34-42.11,1.

Jesús dijo a sus apóstoles:
“No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada.
Porque he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra;
y así, el hombre tendrá como enemigos a los de su propia casa.
El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí.
El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.
El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará.
El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió.
El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la recompensa de un justo.
Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa”.
Cuando Jesús terminó de dar estas instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí, para enseñar y predicar en las ciudades de la región.

Reflexionemos

San Juan Crisóstomo (c. 345-407), presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Sermón 45 sobre los Hechos de los Apóstoles; PG 60, 318-320

«El que de a beber, tan sólo un simple vaso de agua fresca… no quedará sin recompensa»

«Yo era un extranjero, dice Cristo, y me habéis acogido» (Mt 25,35). Y más aún: «Cada vez que lo habéis hecho a uno de estos pequeños, a mí me lo habéis hecho» (Mt 25,40). Puesto que se trata de un creyente y de un hermano, aunque se trate del más pequeño, es Cristo quien entra con él. Abre tu casa, recíbele. «El que recibe a un profeta por ser profeta, recibirá una recompensa de profeta»… Estos son los sentimientos que se deben tener al recibir a un huésped: la complacencia, el gozo, la generosidad. El huésped es siempre tímido y vergonzoso. Si su anfitrión no le recibe con gozo, se retira sintiéndose menospreciado, porque es peor ser recibido medianamente que no ser, en absoluto, recibido.

Abre tu casa donde Cristo encuentre alojamiento. Di: «Esta es la habitación de Cristo. Esta es la mansión que le está reservada». Aunque sea muy sencilla, no la va a desdeñar. Cristo está desnudo, extranjero. No le hace falta más que un techo. Por lo menos, dale esto; no seas cruel e inhumano. Tú, que muestras tanto deseo por los bienes materiales, no te quedes frío ante las riquezas del espíritu… Para tu coche tienes un local, ¿y no tendrás ninguno para Cristo vagabundo? Abraham recibió a los huéspedes allí donde él vivía (Gn 18). Su mujer les trató como si fuera la sirvienta, y ellos, los amos. Ni el uno ni la otra sabían que recibían a Cristo, que acogían a ángeles. Si lo hubieran sabido, se hubieran despojado de todo. Nosotros, que sabemos reconocer a Cristo, mostremos aún más prisa que ellos que creían recibir sólo a unos hombres.

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