Sábado de la decimocuarta semana del tiempo ordinario
Evangelio según San Mateo 10,24-33.
Jesús dijo a sus apóstoles:
“El discípulo no es más que el maestro ni el servidor más que su dueño.
Al discípulo le basta ser como su maestro y al servidor como su dueño. Si al dueño de casa lo llamaron Belzebul, ¡cuánto más a los de su casa!
No les teman. No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido.
Lo que yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día; y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas.
No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo a la Gehena.
¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre que está en el cielo.
Ustedes tienen contados todos sus cabellos.
No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros.
Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo.
Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres.”
Reflexionemos
San Juan Crisóstomo (c. 345-407), presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilía “al salir al exilio”, 1-3; PG 52, 427-430
«No temáis»
Crecen las corrientes de agua y las tempestades retumban, pero nosotros no tememos de ser engullidos por ellas. Estamos firmemente fundamentados en la roca. Que el mar se embravezca, no quebrará la roca; que las corrientes salgan de su lecho, no pueden tragar la barca de Jesús. ¿Qué temeremos, decidme? ¿La muerte? “Mi vida es Cristo y morir me sería una ganancia.” (Flp 1,21) ¿El exilio? “Del Señor es la tierra y cuanto la habita” (Sal 23,1). ¿La confiscación de los bienes? “Nada hemos traído al mundo y nada podremos llevarnos de él.” (cf 1Tim 6,7) Me río de todo lo que puede infundir miedo en esto mundo. Sus bienes me causan risa. No temo la pobreza, no deseo la riqueza. No tengo miedo a la muerte…
El Señor me ha dado unas prendas. Entonces, ¿es por mis propias fuerzas que me fío de él?” Tengo en mis manos su escrito: este es mi punto de apoyo, aquí radica mi seguridad, este es mi puerto de salvación. Aunque el universo entero se ponga a temblar, yo tengo este escrito, lo releo, es la muralla de mi amparo, es mi garantía. ¿Qué me indica? “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” (Mt 28,20) Si Cristo está conmigo ¿qué temeré? Que se acerquen las oleadas del mar y la cólera de los poderosos: todo esto no pesa más que una tela de araña.