Evangelio Hoy

Sábado de tiempo de Navidad después de la Epifanía del Señor
Evangelio según San Juan 3,22-30.

Después de esto, Jesús fue con sus discípulos a Judea. Permaneció allí con ellos y bautizaba.
Juan seguía bautizando en Enón, cerca de Salim, porque había mucha agua en ese lugar y la gente acudía para hacerse bautizar.
Juan no había sido encarcelado todavía.
Se originó entonces una discusión entre los discípulos de Juan y un judío, acerca de la purificación.
Fueron a buscar a Juan y le dijeron: “Maestro, el que estaba contigo al otro lado del Jordán y del que tú has dado testimonio, también bautiza y todos acuden a él”.
Juan respondió: “Nadie puede atribuirse nada que no haya recibido del cielo.
Ustedes mismos son testigos de que he dicho: ‘Yo no soy el Mesías, pero he sido enviado delante de él’.
En las bodas, el que se casa es el esposo; pero el amigo del esposo, que está allí y lo escucha, se llena de alegría al oír su voz. Por eso mi gozo es ahora perfecto.
Es necesario que él crezca y que yo disminuya.

Reflexionemos

San Agustín (354-430)

obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la IglesiaSermón 194, onceavo sermón sobre la Natividad del Señor (frm trad. ©evangelizo.org©)

“Es mi alegría, y estoy colmado de ella”

Escuchen, hijos de la luz, ustedes que han sido adoptados en vista del Reino de Dios; escuchen, queridos hermanos; escuchen y salten de júbilo en el Señor, ustedes los justos, ya que “a sus corazón rectos, les es propia la alabanza” (Sal 33,1). ¡Escuchen lo que ya saben, mediten lo que han escuchado, amen lo que creen, proclamen lo que aman!… Cristo nació, Dios por su Padre, hombre por su madre; nació de la inmortalidad de su Padre y de la virginidad de su madre. De su padre, sin la ayuda de una madre; de su madre, sin el del padre. De su Padre, sin el tiempo; de su madre, sin la simiente. De su Padre, es el principio de vida; de su madre, el fin de la muerte. De su Padre, nació para fijar el orden de los días; de su madre, para consagrar este mismo día. Delante de él envió a Juan el Bautista, a quién hizo nacer cuando los días comienzan a decrecer, y él mismo nació cuando los días comienzan a alargarse, prefigurando de este modo las palabras del mismo Juan: “Él, tiene que crecer, y yo tengo que disminuir”. En efecto, la vida humana debe debilitarse en ella misma y aumentarse en Jesucristo, “afín de que los que viven ya no vivan su vida centrados en ellos mismos, sino en él, que murió y resucitó por ellos” (2 Co 5,15). Para que cada uno de nosotros pueda repetir estas palabras del apóstol Pablo: “yo ya no vivo, pero Cristo que vive en mí” (Ga 2,20).

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